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L: ...Sí, muy lejos.
S: Sólo una Francia de distancia. Es menos que un océano y una Argentina. Además me encantaría atravesar Francia para conocer a tan digna beatitud. Te sigo estando agradecido por la confianza.
L: No hay de qué. ¿A cuántas chicas les dices estas cosas?
S: A las que como a Dante me guiaran desde el paraíso. Déjame contar... ¿una?
L: ¿Por qué yo?
S: También pasamos por esto. Porque he encontrado más que átomos y energía, y aunque siguieran siendo sólo átomos, cada átomo tuyo me sería imprescindible para mantenerme con la voluntad en el horizonte. ¿Leiste mi e-mail?
L: No estoy segura, lo revisaré luego.
S: No hay problema, lo que pasa es que ya te comparaba yo con la estrella que no quería dejar de ver en la noche.
L: Me siento rara.
S: Perdona, ¿por mi culpa?
L: Sí. Todo por tu culpa.
S: Entonces será la hora del silencio que tanto te gusta.
L: No digas eso, lo que pasa es que no entiendo, cómo sin conocerme piensas así de mí. Y cómo piensas que podrías enamorarte de mí, si estás tan lejos y no tienes previsto venir aquí.
S: Sí, es mi culpa haber sido tan torpe para conocerte, pero como te dije, es una reacción que se me escapa del control que podría yo ponerle.
L: Además tengo muchos defectos. Mira, soy fumadora.
S: Es esto de encontrar una esencia con la certeza ardiente del corazón mismo. Es el problema de la distancia, pero no hay muchos más graves.
L: Pero ese problema es superior a cualquier otro, puesto que no puede solventarse.
S: Pero qué pesimismo preciosa, claro que puede solventarse. Si fuera urgente te iría a ver mañana mismo.
L: Soy dos años mayor que tú, para cuando estuviésemos juntos yo sería una anciana.
S: Es la idea de encontrar una idea de trascendencia.